
TRANSEXUALIDAD EN LA EDAD ADULTA
Ares Piñeiro, de la Asociación vasca para la defensa y la integración de las personas transexuales, Errespetuz, nació en lo que equívocamente alguien pudiera catalogar como “un cuerpo equivocado”. Ese sí era su cuerpo, solo que tenía pechos y vagina, lo que comúnmente se le atribuye a una mujer, pero él se sabía que es hombre. Aceptarlo y que su entorno le acepte tal como es no ha sido un camino sencillo. Sobre cuándo empezó a mostrar su verdadera identidad, Piñeiro explica que fue a los 15 años cuando pidió a su gente más cercana que "me trataran en masculino y que era un hombre", aunque desde pequeño ya lo expresaba en casa. “Luego ya a los 32 fue cuando cogí a mis padres y les dije que yo soy así y no puedo no serlo”.
Fue a esa edad cuando tomó la decisión de empezar con el procedimiento de transición que le daría el aspecto físico con el que sentirse cómodo. “Más que un proceso complicado, diría que es miedoso”, explica. “No es difícil porque en el momento que empiezas ya vas a por todas, pero sí vas con miedo a ser rechazado”. Cuando dio el paso, recuerda que fue “aceptación total, ayuda y acompañamiento por parte de mi familia”, sin embargo, muchos le dieron la espalda. “Los que ya no están es porque no eran amigos”, dice contundente.
​
"Es una sensación bastante desagradable mirarte al espejo y no reconocerte"
No solo es complicado convivir con el repudio de otros. Muchas personas sufren rechazo de sí mismos al no ver físicamente lo que uno quiere encontrar en su cuerpo. Piñeiro recuerda que en su juventud “todos los días de mi vida tenía la sensación de que no quería, no tanto mi cuerpo, sino los genitales”. “Es una sensación bastante desagradable el mirarte en el espejo y no reconocerte porque veías una imagen que no querías ver”, sentencia contundente. Por eso, dar el paso y operarse fue una de las mejores decisiones que ha tomado en toda su vida.
​
Sin embargo, lo más complicado fue el olvidarse de la operación genital y seguir con los órganos sexuales con los que nació. Piñeiro explica que se ha sometido a una mastectomía, la extirpación de pecho, y una histerectomía, que es la extracción del útero. Aun así, dice no arrepentirse porque “ya tengo una edad en la que es bastante complicado entrar al quirófano, pero si tuviera otra vez 20 años no lo dudaba”. Toda intervención tiene sus riesgos y el momento más frágil por el que pasó fue cuando quedó en coma tras una de las operaciones.
​
"Cuando me hice la mastectomía, mi hermana siempre dice que nunca había visto una sonrisa tan bonita en mi cara"
​
No todo ha sido negativo y durante este periodo también ha vivido grandes momentos y si tuviera que elegir un recuerdo bonito lo tiene claro: “cuando me hice la mastectomía, que es la operación de extirpación de pecho, mi hermana siempre dice que nunca había visto una sonrisa tan bonita en mi cara cuando desperté y ya no había nada”. Ese mismo año se fue de viaje a México y como nunca había estado sin camiseta, desde entonces ya no quería ponérsela “ni para entrar a los restaurantes”. “Para mi fue el momento más bonito de toda mi vida. Esa sensación de libertad, de poder ser yo, de poder ir a la playa, a la piscina, que hasta entonces no había podido”, dice con una sonrisa.
Sarai Montes es la pareja de Ares y compañera en la Asociación Errespetuz. Dice haber vivido una vida difícil, pero “no tan complicada como otras que conozco”. De su infancia recuerda haber sufrido bullying, lo que desembocó en no querer ir al colegio “porque era una tortura” y en fracaso escolar. Ella se mostraba entre sus compañeros como “lo que a mi se me había inculcado”: que supuestamente era un chico “y entonces yo les mostraba un hombre”. “Desde bien pequeña aprendí a tortas que si yo mostraba feminidad, cobraba”, sentencia.
​
"A mi no me han discriminado por ser transexual, a mi me han discriminado por ser mujer"
​
Hasta los 19 años no empezó a mostrarse como verdaderamente es. Muy pocas personas de mucha confianza lo sabían desde antes, ni siquiera sus padres hasta esa edad. La respuesta de su familia fue “muy positiva”, explica Montes. “Lo oculté por miedo a reacciones negativas y luego no las tuve, todas fueron positivas”. Pero uno de los mayores obstáculos con los que se ha encontrado no ha sido solo el rechazo de seres queridos, sino la discriminación en el mundo laboral. “A mi no me han discriminado por ser transexual, a mi me han discriminado por ser mujer”, argumenta con seguridad.
​
A la hora de enfrentarse a hacer el tránsito se encaró con muchos miedos: que su familia le diese la espalda, a perder el trabajo o a “terminar trabajando en una esquina porque esta era la expectativa que a mí me habían dado sobre la transexualidad”, dice Montes. No obstante, la realidad con la que se encontró fue bien distinta: no perdió a nadie y consiguió un contrato fijo. Luchando contra sus propios miedos se dio cuenta que el recorrido, a pesar de complicado, “no fue tan duro como yo esperaba”. “Siempre digo que este camino es como un rosal: hay cosas positivas, pero también hay espinas”, sentencia.
​